Las lágrimas de Rivas

 
El cantante Álvaro Rivas emocionado en el Warm Up

Álvaro Rivas (Alcalá Norte), durante su actuación en el Warm Up Festival 2025 / @osketarr en Instagram

 

El sábado 3 de mayo de 2025 hacía calor en Murcia. Mucho calor. Nada nuevo, por otro lado. Aquí sabemos que la primavera dura un suspiro y se disfraza de verano en cuanto puede. Casi 30º a las seis de la tarde caían cuando un mar de gente peregrinaba hacia La Fica. Es bien sabido que en cualquier festival de música el negocio está en las barras casi tanto como en la taquilla, así que el Warm Up, como tantos otros, suele programar a primera hora bandas que puedan atraer al público. Y si viene sediento, mejor que mejor.

Lo pudimos comprobar hace tres años, con Arde Bogotá colapsando la entrada o Johnny Marr en la última edición, tocando mientras caía un sol de justicia. Este año las llaves del festival se las dieron a Rufus T. Firefly el viernes y a Alcalá Norte, el sábado. Tarea complicada, por mucho que uno asuma que esa posición en el cartel también tiene intrínseco el que la organización confía en el poder de convocatoria de tu banda. Demasiado ejercicio de imaginación para quien tenga que lidiar con inseguridades.

El domingo, entre resaca, comida basura, fotos que sacan sonrisas, siestas interminables, el pavor a la llegada del lunes y el ‘scroll’ infinito en las redes sociales, se viralizó un vídeo que recogía un momento que muchos pasamos por alto en el festival. Alcalá Norte terminó su concierto con su primer éxito, la canción que les puso en boca de todos, ‘La vida cañón’. Mientras la banda alargaba el final, Álvaro Rivas, su cantante, miraba al público sonriente y poco a poco, cual espejo que se astilla, se quebraba hasta terminar rompiendo en lágrimas mientras azuzaba a la multitud que habíamos decidido obviar al sol y dar la razón a quien planificó los horarios. Pero no quiero hablar aún de sentimiento, prefiero hacerlo primero sobre el trabajo y la autenticidad.

Alcalá Norte ha tenido que lidiar, como otras bandas de cuando en cuando, con la alargada sombra que proyecta la sospecha del envidioso. Del que prefiere hablar de ‘producto’ antes de reconocer que en ocasiones el esfuerzo y el talento tienen recompensas orgánicas. La música no es la cuna de la meritocracia, claro que no, pero de ahí a mirar por encima del hombro a cualquiera que le vaya bien hay un trecho muy injusto.

El primer álbum de estos chavales es innegablemente un trabajo redondo, un debut como pocos en los últimos años. Han demostrado honestidad y tesón, no solo desde la salida del disco, si no desde mucho antes, cuando ya cosechaban elogios en Madrid. Y por el camino han construido a su alrededor un relato cimentado en el uso perspicaz de las redes sociales.

Y ahora sí, el sentimiento. A buen seguro mientras Rivas veía a miles de personas sonriendo y agitando sus abanicos, su cabeza se iba irremediablemente al párrafo anterior. Es probable que mientras observaba los centenares de gorras verdes de publicidad o el reflejo de las gafas de sol de quienes estaban ahí por él y sus amigos se acordase de los momentos más bajos de Alcalá Norte. De la gira cancelada por una peritonitis que desembocó en cuatro operaciones justo cuando el grupo se disponía a comerse el mundo. De las inseguridades que le impiden escribir sobre él mismo, aunque parezca contraproducente en tiempos de letras melosas. De la continua reivindicación del no querer reivindicar nada.

Pero no quiero que se me malinterprete. No pienso que Rivas sea el Rey de los Judíos ni que su vida y la de sus compañeros sea un calvario que explique el origen de su llanto en un escenario. El sábado fue él, pero mañana podría ser otro. Detrás de cualquier persona que se suba a unas tablas existe una historia y un camino recorrido que no tiene por qué ocultarse tras la máscara del éxito. Porque las lágrimas de Rivas también son las del orgullo de quien recoge los frutos de su trabajo. Un plano con una fuerza increíble, capaz de reflejar el significado de la música sin mostrar un solo instrumento.